CARTA PASTORAL POSTSINODAL PARA LA DIÓCESIS DE DALLAS

Una Carta Pastoral -Domingo de Pascua 2025

Obispo Edward J. Burns

INTRODUCCIÓN

Hermanos, ¡Cristo ha resucitado! Este es el día que ha hecho el Señor; festejemos y alegrémonos en él. Cristo ha triunfado sobre la muerte para la salvación de nuestras almas. Salimos del desierto de los últimos 40 días para recibir las promesas gozosas de un futuro con nuestro Señor Resucitado.

“Cristo es la luz de los pueblos” (Lumen Gentium, 1). Su amor también ilumina nuestros corazones. Por su resurrección, fijamos nuestra mirada no en las cosas de este mundo, sino en Cristo, y finalmente en la vida eterna con Él. Nuestro Señor Resucitado nos ha demostrado que la paz sobrepasa el conflicto, que el gozo supera la pena, que la valentía es superior al miedo. Jesucristo nos sostiene y su amor y su misericordia son eternos (Salmo 118,1)

Tenemos una oportunidad única en este Tiempo Pascual para reflexionar y celebrar los dones que hemos recibido aquí en esta Diócesis. La Diócesis de Dallas está llena de gente maravillosa, comprometida y dedicada. El dinamismo de la fe presente en esta Diócesis solo continuará creciendo y floreciendo con el tiempo, la atención y el esfuerzo comunitario unificado que nuestro sínodo ha cultivado. Los católicos en Dallas se sienten orgullosos de serlo y quiero que se sientan aún más orgullosos.

Los frutos de nuestro sínodo seguirán produciéndose si permanecemos cerca de nuestro Señor; la comunión interior con Él es necesaria. Consciente de esto, presento a continuación cuatro acciones que nos ayudarán a crecer como discípulos de nuestro Señor Jesucristo en este Tiempo Pascual, a establecer una comunidad estable y a conducirnos a un continuo florecimiento como Diócesis.

  • Renueven su compromiso con Jesucristo.
  • Renueven su compromiso con la vida familiar.
  • Renueven su compromiso con la vida parroquial.
  • Renueven su compromiso con la comunidad.

RENUEVEN SU COMPROMISO CON JESUCRISTO

El Señor desea atraernos a Él. Somos profundamente amados y valorados por nuestro Señor. Es importante para nosotros conocer y confiar en la presencia de Dios. Dios nos habla siempre; debemos aprender cómo escucharlo. Por esta razón, los animo a cultivar una vida de oración diaria especifica que invite al diálogo con el Señor. Renueven su compromiso con Él.

Renovar nuestro compromiso con Jesucristo es un camino de toda la vida al ir profundizando en nuestra fe, viviendo una conversión continua y un discipulado activo. En su esencia, esta renovación es una respuesta al amor de Dios revelado en Jesús, un amor que llama constantemente a cada persona a una unión más íntima con Él. Arraigado en el Bautismo, el cristiano está invitado a decirle “sí” a Cristo de manera continua, no solo a través de actos formales de fe, sino también en la vida diaria: mediante la oración, la recepción de los sacramentos, una vida moral y sirviendo amorosamente a los demás. Esta renovación no es un acontecimiento único, sino un proceso dinámico, moldeado por la gracia y fortalecido por el Espíritu Santo.

La Iglesia enseña que este compromiso debe ser tanto personal como comunitario. En Cristo, la Iglesia encuentra su propósito y su misión. Renovar nuestro compromiso significa centrar nuestras vidas en Cristo: escuchando su Palabra, encontrándolo en la Eucaristía y permitiendo que su amor transforme nuestros corazones. También significa reconocer el llamado a la misión: ser testigos del Evangelio en la vida cotidiana y ser agentes de la misericordia y la paz de Cristo en el mundo. En última instancia, esta renovación nos lleva al corazón del plan de Dios: ser santos, vivir en comunión y llevar a otros a esa misma relación de amor con Cristo.

Formen un cimiento firme de unión con la Palabra de Dios, ya ésta que nos alimentará y sostendrá durante las diferentes estaciones de nuestras vidas. Dediquen tiempo cada día, aunque sea cinco a diez minutos si eso es todo el tiempo del que disponen, y ofrézcanle al Señor las preocupaciones y esperanzas sinceras que guardan en sus corazones. Pídanle al Señor la gracia de conocer lo que espera de ustedes, agradézcanle por las bendiciones que les ha dado, pídanle perdón por las ofensas que los separan de Él y ofrezcan sus esfuerzos por Su Gloria.

Cuando serví como obispo de la Diócesis de Juneau, Alaska, me maravillaba ver cómo los capitanes de embarcaciones o cualquier persona que saliera a navegar siempre se aseguraban de conocer su ruta trazada, sus tiempos y cómo estos se relacionaban con las tablas de mareas. Es decir, siempre conocían las mareas, la baja y la alta. Nunca salían sin revisar toda esta información. De igual manera, todo piloto que se preparaba para emprender un vuelo siempre revisaba el clima. Aunque el Pasaje Interior de Alaska es hermoso, también puede ser muy peligroso. Los pilotos y capitanes sabían bien que, antes de salir, debían estar preparados para el viaje y tomarse el tiempo de consultar con una autoridad superior. Creo que lo mismo ocurre con el discípulo de Jesucristo: antes de salir al mundo, también nosotros debemos prepararnos para el camino formando una relación sólida con nuestro Señor Jesucristo y renovando nuestro compromiso con Él. Las luchas y los desafíos que enfrentamos cada día deben ser afrontados dentro de una relación fortalecida con nuestro Señor Jesucristo, quien nos sostendrá durante el camino.

RENUEVEN SU COMPROMISO CON LA VIDA FAMILIAR

Como miembros de la Iglesia, cada uno de nosotros servimos a los demás de acuerdo a nuestra vocación. Los sacerdotes están llamados a donarse a sus parroquias y a su labor pastoral de manera sacrificada, para ser Cristo aquí en la tierra: “Estos ministros que, ostentando la potestad sagrada en la sociedad de los fieles, tuvieran el poder sagrado del Orden, para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados, y desempeñar públicamente, en nombre de Cristo, la función sacerdotal en favor de los hombres” (Presbyterorum Ordinis, 2). Los laicos también están llamados a darse a sus familias y comunidades de manera sacrificada, para que los demás puedan tener un encuentro con Dios a través de su ejemplo.

Sabemos por experiencia propia al crecer que, somos moldeados por nuestras familias y los amigos que forman parte de nuestras vidas. Las personas que nos rodean y las más cercanas a nosotros son las que nos forman y nos moldean. También nosotros formamos y moldeamos a los que nos rodean.

Es necesario tomar estos papeles en serio y cumplir, bien y de manera apropiada, con nuestra responsabilidad hacia los miembros de nuestra familia. La familia, como la Iglesia doméstica, ejerce un papel especial en la estabilidad de nuestro mundo. “Los cónyuges cristianos son mutuamente para sí, para sus hijos y demás familiares, cooperadores de la gracia y testigos de la fe” (Apostolicam Actuositatem, 11). Para los casados, atender las necesidades del matrimonio es una manera de crecer en santidad y virtud. Para los que no están casados, la participación en la vida familiar es también fundamentalmente importante, apoyando y siendo apoyados por los padres de familia, hermanos, parientes y amigos cercanos.

Nuestras sesiones de escucha y discusiones sinodales ofrecieron reflexiones complejas sobre las dificultades que enfrentan las familias de hoy, incluyendo divisiones entre los miembros de familia que están en desacuerdo. La Iglesia nos pide acercarnos con respeto y caridad a nuestros familiares que piensan o actúan diferente a nosotros en cuestiones sociales, políticas e incluso religiosas: “Esta caridad y esta benignidad en modo alguno deben convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. Más aún, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad saludable. Pero es necesario distinguir entre el error, que siempre debe ser rechazado, y el hombre que yerra, el cual conserva la dignidad de la persona incluso cuando está desviado por ideas falsas o insuficientes en materia religiosa” (Gaudium Et Spes, 28). El desarrollo de esta habilidad puede comenzar sobrepasando las divisiones y profundizando en las relaciones, especialmente dentro de nuestras propias familias.

Amen a sus familiares. Fortalezcan esas relaciones y renueven su compromiso con ellos. Esto se puede lograr llamándoles, visitándolos, recibiéndolos, pasando tiempo con ellos. Encuentren intereses comunes que fomenten relaciones auténticas. Pasen tiempo con las personas mayores en su familia, como también con las generaciones más jóvenes. Encuentren oportunidades para crear memorias juntos que les sirvan como una base para sobrellevar juntos las dificultades. Juntos podemos empezar a atender las necesidades del mundo al atender las necesidades de aquellos más cercanos a nosotros.

Luego, inviten a sus familiares a orar con ustedes. Lleven la relación con ellos al nivel espiritual. Después de haberse afianzado ustedes mismos en una renovada entrega a Jesucristo, pídanle al Espíritu Santo sabiduría y las palabras adecuadas. Cuando hablen con sus familias, háganlo desde el corazón. Cuéntenles por qué la oración es importante para ustedes, cómo les ayuda a sentirse más cerca de Dios y cómo les gustaría compartir esa relación con ellos, no por obligación, sino por amor.

Es mejor comenzar con algo sencillo y que no sea intimidante: una oración corta antes de las comidas, un misterio del Rosario, o incluso solo pasar un momento de silencio juntos al final del día, especialmente cuando la familia enfrenta momentos difíciles o desafiantes. No se desanimen si la respuesta no es inmediata o entusiasta. Los corazones, muchas veces, se abren poco a poco. Sigan orando por ellos en silencio y sean constantes en su propia vida de oración, a menudo es su ejemplo, más que sus palabras, el que tiene un mayor efecto. La valentía en la fe es gentil, persistente y siempre está arraigada en el amor.

RENUEVEN SU COMPROMISO CON LA VIDA PARROQUIAL

La vida de la parroquia puede ser dinámica y acogedora. La parroquia es el espacio más cercano a ustedes para encontrarse con Cristo; existe para acercarlos a Dios. Los sacerdotes ahí se han dedicado a la oración, la predicación y a alimentar las almas de los fieles. Los fieles reciben de sus párrocos los bienes espirituales, especialmente los sacramentos y la Palabra de Dios. “Por participar en su grado del ministerio de los apóstoles, Dios concede a los presbíteros la gracia de ser entre las gentes ministros de Jesucristo” (Presbyterorum Ordinis, 2).

Es importante que los fieles participen plenamente en la vida espiritual, sacramental y comunitaria que las parroquias les ofrecen. “Su acción dentro de las comunidades de la Iglesia es tan necesaria que sin ella el mismo apostolado de los pastores muchas veces no puede conseguir plenamente su efecto” (Apostolicam Actuositatem, 10). ¡Todos tienen un lugar en la vida parroquial! Los sacerdotes y los diáconos necesitan el apoyo de los laicos para ayudarles a servir bien en su misión, y los fieles laicos necesitan del clero para la provisión de los sacramentos y el liderazgo adecuado de la parroquia. “Por ello, los responsables de la formación permanente de los sacerdotes hay que individuarlos en la Iglesia «comunión». En este sentido, es toda la Iglesia particular la que, bajo la guía del Obispo, tiene la responsabilidad de estimular y cuidar de diversos modos la formación permanente de los sacerdotes. Éstos no viven para sí mismos, sino para el Pueblo de Dios” (Pastores dabo vobis 78).

Muchas de las discusiones durante las sesiones de escucha y durante la asamblea sinodal se centraron en la participación en la parroquia, su estado actual y cómo podría ser en el futuro. Es necesario que los fieles laicos sirvan en una parroquia en cooperación con el párroco y el clero, y ofrezcan lo mejor de sus talentos al servicio de la parroquia y sus feligreses. La lista de las oportunidades de servicio en la parroquia es larga e incluye funciones como servir como catequista, sacristán, ministro de hospitalidad, llevar comidas luego del funeral a personas que han perdido a alguien, y muchas cosas más. Les invito a considerar en oración si ustedes pueden estar siendo llamados a ayudar en su parroquia de una manera nueva, ya sea si han estado sirviendo o nunca lo han hecho. Hay muchas oportunidades para llevar la luz de Cristo al mundo. Al renovar nuestro compromiso con la parroquia, esperamos que otros también lo hagan y nuestras parroquias continúen creciendo. Entonces, veremos aparecer los frutos del sínodo durante los meses y años siguientes.

Participar en la parroquia es participar en la Diócesis. Juntos, continuamos creciendo y prosperando no como un grupo de parroquias activas y acogedoras, sino como una Diócesis cohesiva formada por muchas partes, todas avanzando hacia al mismo fin, acercarnos más a Cristo.   

RENUEVEN SU COMPROMISO CON LA VIDA COMUNITARIA

Hay tantas personas sufriendo en el mundo de hoy. Encontramos soledad, enfermedades mentales, aflicciones familiares, incertidumbre económica, y otros problemas por todas partes. Sin embargo, aunque conozcamos y vivamos sufrimientos aquí en la tierra, ¡conocemos el gozo del Señor Resucitado! Es nuestra responsabilidad ser las manos y pies de Cristo aquí en la tierra y ayudar a los que nos rodean y necesitan nuestro auxilio. Una manera clara de hacerlo es siendo hospitalarios como Cristo.

Invitar a otros a la comunidad requiere conocimiento de nosotros mismos, conocimiento de los demás y conocimiento de la comunidad a la cual los estamos invitando. Invertir en nuestra comunidad requiere esfuerzos que nos saquen de nosotros mismos, como brindar hospitalidad a los demás. Consideren unirse a un ministerio parroquial que efectúe las obras de misericordia con el prójimo que lo necesita. Estas son maneras concretas de demostrar a otros el amor de Dios.

En Mateo 25, 31-46, Jesús nos entrega una de las enseñanzas más poderosas de toda la Sagrada Escritura. Nos dice que, al final de los tiempos, no seremos juzgados por nuestra posición, nuestros títulos ni siquiera por cuántas veces fuimos a la iglesia, sino por cómo amamos: “Tuve hambre y me dieron de comer… fui forastero y me recibieron… estuve enfermo y me visitaron.” Estas no son solo palabras poéticas—son un llamado a la acción. Jesús se identifica con los pobres, los enfermos, los encarcelados y los olvidados. Y afirma: “Cada vez que lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron”.

A través de las obras de misericordia corporales, la Iglesia nos ofrece siete formas concretas de vivir este Evangelio: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al forastero, visitar a los enfermos, visitar a los presos y enterrar a los difuntos. Estas no son opcionales—son esenciales. Son la manera en que vivimos nuestra fe en el mundo real y en nuestra comunidad.

¿Pero, cómo podemos hacer esto bien? La mejor manera es comenzar donde estamos. Miren a su alrededor: ¿Quién a su alrededor lleva un gran pesar? ¿Quién necesita ánimo, alimento o consuelo? Vivir el Evangelio no siempre significa ir a una misión. A veces, es llevar sopa a un vecino enfermo, dar la bienvenida a alguien nuevo en la escuela o rezar por alguien que está preso. Significa formar un hábito de misericordia, eligiendo ver a los demás con los ojos de Cristo y respondiendo con amor.

Jesús no nos pide perfección. Nos pide compasión. Y la hermosa verdad es esta: cuando servimos a los demás, nos encontramos con Jesús. En sus ojos, vemos el rostro de Cristo. En sus necesidades, escuchamos su voz. Y al amarlos, lo amamos a Él.

Como su pastor, les pido continuar creciendo en su habilidad de escuchar a otros e invitarlos a formar parte de la comunidad. “Los laicos están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos. Así, todo laico, en virtud de los dones que le han sido otorgados, se convierte en testigo y simultáneamente en vivo instrumento de la misión de la misma Iglesia en la medida del don de Cristo” (Lumen Gentium, 33). Por la manera en que nos comportamos en el mundo, los demás llegan a conocer al Cristo que vive en nosotros.

LA RENOVACIÓN DIOCESANA Y LO QUE SIGUE POR HACER

Los frutos del sínodo se irán desarrollando durante el resto del año mientras continúo formulando el Plan Pastoral Postsinodal que será publicado en diciembre de 2025. ¡Y, sin embargo, algunas cosas ya han comenzado! Si bien el plan completo incluirá la logística, los cronogramas y un esquema más detallado de los esfuerzos futuros, me gustaría compartirles algunas de las actividades que ya han iniciado como resultado del sínodo:

  • He reunido una Comisión de Implementación formada por sacerdotes, diáconos, y laicos para ayudar en la labor por hacer. 
  • Se han hecho planes para reunir a muchos de los lideres diocesanos para continuar las conversaciones sobre cómo mejorar las operaciones diocesanas con el propósito de acercar a las personas a Cristo.

Hay muchas cosas más por venir. Verdaderamente, hemos sido testigos del derramamiento de gracia sobre los esfuerzos del Sínodo de la Diócesis de Dallas. Somos bendecidos al contar con personas dinámicas y comprometidas, motivadas por el amor del Señor y el amor a los demás, quienes continúan esforzándose por alcanzar la santidad en nuestras palabras y acciones. La labor que nos queda al continuar renovando y unificando nuestros esfuerzos será evidente en los años próximos, apoyada por nuestros empeños sinceros y humildes para que podamos “iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia” (Lumen Gentium, 1).

La acción del Espíritu Santo en nuestros corazones continuará animando a nuestras comunidades, nuestras parroquias y nuestra diócesis para ser la levadura del mundo y atraer a otros a Cristo. La renovación debe comenzar desde dentro. Las maneras descritas en esta carta son algunas de las maneras en que podemos comenzar a unirnos como comunidad diocesana y crecer en obediencia humilde a nuestro Señor, que se ofreció por nosotros en la cruz, murió por nuestros pecados, y resucitó al tercer día. 

Les pido sigan orando por la Diócesis, por todo el pueblo de Dios y por la fecundidad continua de nuestro sínodo diocesano.

Bendiciones a ustedes y sus seres queridos en este gozoso Tiempo de Pascua. ¡Cristo ha resucitado!

Fielmente suyo en Cristo,

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Excelentísimo Edward J. Burns

Obispo de Dallas